Peregrinos del Absoluto - Templarios de Dios

martes, 25 de mayo de 2010

Las 2 alas del AguilA: Fe y Razón.


Cuando el rencor se hace Religión, solo el Altísimo puede intervenir




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Ensayo Ciencia y Fe
El difícil diálogo entre fe y razón


Se acaban de cumplir 375 años de la condena de la Iglesia a Galileo Galilei, quien sostenía, nada menos, que la Tierra giraba. Este texto de un experto en análisis bíblico desmenuza el episodio por el que las autoridades eclesiásticas de entonces castigaron a Galileo: la batalla de Gabaón. Recién hace apenas tres lustros, el papa Juan Pablo II reconoció el error histórico y pidió perdón. Pese a todo, religión y ciencia nunca hicieron las paces.

La tarde del 22 de junio de 1633 entraba en el convento de Santa María de la Minerva, en Roma, un venerable anciano, de cara grave y macilenta, y con la barba y los cabellos blancos. Estaba casi ciego y avanzaba por los pasillos con paso cansino, agobiado por el peso de los años, el trabajo y las enfermedades. Lo acompañaban los empleados del Santo Oficio, ya que acababa de entrar a la sede de la Inquisición Romana. Al llegar a la sala principal, se encontró frente a los cardenales y prelados integrantes del Santo Tribunal que lo estaban aguardando. Se puso entonces de rodillas temblorosamente, y en silencio escuchó la sentencia que lo condenaba a prisión domiciliaria.
¿Cuál era el pecado cometido por aquel desdichado anciano? Haber escrito dos libros considerados peligrosos. Uno, llamado El mensajero de las estrellas (en 1611), y el otro, Diálogo sobre los dos sistemas más grandes del mundo (en 1632), en los cuales explicaba que la Tierra no era el centro del Universo (como se creía hasta entonces), y que el Sol no giraba alrededor de ella, sino que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol, que estaba quieto en el centro del Universo.







Cuando el cardenal secretario terminó de dar lectura al castigo impuesto por el Santo Oficio, le presentaron al condenado un escrito para que pusiera su firma, y lo obligaron luego a leerlo en voz alta.
Con el terror en el corazón y la vergüenza en el alma, el hombre comenzó a leer trémulamente: “Yo, Galileo Galilei, hijo del fallecido Vicente Galilei, florentino, de 70 años de edad, habiendo sido citado personalmente a juicio, y arrodillado ante ustedes, eminentísimos y reverendísimos cardenales, teniendo ante mí los Sagrados Evangelios que toco con mis manos, juro que siempre creí, creo ahora, y creeré en el futuro, cuanto enseña la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana. Pero... yo me he convertido en altamente sospechoso de herejía por enseñar la doctrina de que el Sol está inmóvil y en el centro del mundo, y que no es la Tierra la que está fija en el centro. Queriendo borrar de la mente de vuestras eminencias y de todos los cristianos católicos esta fuerte sospecha, justamente lanzada contra mí, con el corazón sincero y auténtica fe, yo abjuro, maldigo y renuncio a todos los errores y herejías mencionados, y a cualquier otro error contrario a la Santa Madre Iglesia, y juro no enseñarlos oralmente ni por escrito. Que así me ayude Dios, y los Sagrados Evangelios que tengo en las manos”.

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Cuenta la leyenda que cuando Galileo se retiraba agobiado y vencido de aquella majestuosa ceremonia, luego de haber jurado solemnemente que la Tierra no se movía, al llegar a la puerta de la sala se dio media vuelta, miró a los asistentes y murmuró: “Pero se mueve”.
Sea o no verdad esto último, lo cierto es que la frase atribuida al científico italiano se convirtió en el símbolo de la resistencia interior, en la figura de aquellos que bajo presión son obligados a abjurar de sus creencias, pero que interiormente no pueden renegar de sus más íntimas convicciones.

Los fundamentos. ¿Qué argumento esgrimieron los cardenales del Santo Oficio para condenar a Galileo? Decían que sus enseñanzas sobre el heliocentrismo (así se llama la teoría de que el Sol está fijo en el centro del Universo y la Tierra gira) contradecían a la Biblia, y concretamente al libro de Josué 10, 1-15, donde se relata la famosa batalla de Gabaón. En efecto, cuenta la Biblia que cuando los israelitas entraron en la Tierra Prometida guiados por Josué se instalaron en la localidad de Guilgal, y desde allí emprendieron poco a poco la lucha por la conquista de los nuevos territorios. Así, libraron en primer lugar la batalla de Jericó con un éxito rotundo (Jos 6, 1-25). Siguió luego el triunfo de Ay, en el que mataron a 12 mil cananeos.
Este avance arrollador de los israelitas preocupó enormemente a una ciudad vecina, llamada Gabaón. Sus habitantes se dieron cuenta de que tarde o temprano les llegaría también a ellos el momento de ser destruidos, y decidieron salvar sus vidas proponiendo a los nuevos invasores una alianza. Josué aceptó esta alianza, y se comprometió a ayudarlos en caso de peligro (Jos 9, 3-18).
Enterados del pacto, cinco reyes cananeos del sur de la región reunieron sus ejércitos y marcharon contra Gabaón, con el fin de castigarla por la alianza realizada con los hebreos.
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Entonces, los atemorizados gabaonitas recurrieron a Josué. Y éste, en atención a la alianza, acudió sin demora. Marchó toda la noche con sus hombres hasta las montañas vecinas a la ciudad, se escondió allí, y de madrugada atacó por sorpresa al ejército de los cinco reyes. Desconcertados al ver aparecer a Josué y sus hombres, los sitiadores emprendieron la retirada; pero gracias a una eficaz embestida, los israelitas lograron exterminar a un gran número de fugitivos. Estos sufrieron mayores pérdidas aún porque un repentino granizo empezó a caer sobre los que huían, hiriéndolos e impidiéndoles escapar.
Combatieron durante todo el día; y la victoria de Israel ya casi estaba llegando a su fin, cuando el sol de la tarde empezó a ocultarse por el oeste. Josué comprendió que si la oscuridad caía sobre el campo de batalla, los enemigos sobrevivientes podrían ocultarse fácilmente en las grutas de las montañas y escapar, con lo cual su victoria no sería completa. ¿Qué hacer?

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Aquí es donde ocurre el increíble suceso que volvió famosísima a la batalla, y que servirá después para la condena de Galileo. Josué con los brazos extendidos oró a Yahvé para que el sol se detuviera en el cielo y la luna no apareciera en el horizonte. La Biblia lo relata así: Josué se dirigió a Yahvé delante de los israelitas y dijo: ‘Detente, oh sol, en Gabaón; y tú, luna, en el valle de Ayyalón’. Y el sol se detuvo y la luna se paró hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos. ¿No está eso escrito acaso en el Libro del Justo? El sol se paró en medio del cielo y dejó de correr un día entero hacia su ocaso. No hubo día semejante ni antes ni después en que obedeciera Yahvé la voz de un hombre” (Jos 10, 12-14).
De este modo, el ejército de Israel tuvo luz natural durante todo el tiempo que duró la batalla, e infligió una total derrota a los cinco reyes cananeos.

El silencio de los pueblos. En los tiempos de Galileo se interpretaba la Biblia literalmente, es decir, se entendía que las cosas habían sucedido tal como dice la letra del texto bíblico. Por eso, cuando Galileo comenzó a enseñar que el Sol está quieto y es la Tierra la que se mueve, el Santo Oficio esgrimió el argumento de la batalla de Gabaón para refutar sus enseñanzas, diciendo: “Si el Sol se detuvo en Gabaón, es porque se mueve. ¿Cómo entonces puede afirmar Galileo que el Sol está quieto y que la Tierra se mueve? ¿Quién tiene razón: la Palabra de Dios o Galileo?”.
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Planteadas así las cosas, no había ninguna posibilidad de escapar a la condena.
Pero, ¿qué pasó realmente en la batalla de Gabaón? ¿Pudo haberse detenido el Sol? Existen cuatro teorías propuestas por los biblistas para explicar este episodio.
La primera, llamada teoría “astronómica”, es la que defendía el Santo Oficio y toda la Iglesia hasta el siglo XVI. Según ésta, el Sol se detuvo realmente en el cielo gracias a una intervención especial de Dios, y allí permaneció un día entero iluminando la batalla, por lo cual aquel día duró mucho más de 24 horas.
Pero esa teoría hoy resulta insostenible, porque si el Sol, la Luna o cualquier otro planeta detuviera por un instante su andar, se produciría un cataclismo de tales proporciones en el sistema solar que éste saltaría hecho trizas. Además, si el Sol se hubiera detenido en el cielo brillando durante tantas horas, como afirma esta teoría, tendrían que haberlo notado todos los otros pueblos que en aquel momento eran iluminados por ese mismo Sol. Y ninguno ha conservado jamás el registro de semejante fenómeno.
La segunda teoría es la llamada “poética”, y sostiene que la oración de Josué para detener el sol es un simple poema que emplea el autor, pidiendo al sol y a la luna que se paren para contemplar el maravilloso éxito que estaba teniendo el general israelita en la batalla. Pero no significa que se hubiera detenido realmente.
El inconveniente de esta teoría es que niega que hubiera habido algún hecho extraordinario en el combate, cuando del relato bíblico parece deducirse que “algo raro” pasó ciertamente aquel día, ya que tres veces, y de distintas maneras, repite que el sol se detuvo en el cielo. La primera pregunta es: ¿Las dos alas Águila del Apocalipsis las leeremos igual de mal? Y la otra pregunta que hago es: ¿Entiendes lo que lees? Pide luz al señor. Praxis signifíca: fe y razón... Saludos...



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