jueves, 20 de agosto de 2009
Se El iNVENTOR dE Tu PrOpiO DEstinO
"El sol y la luna (fe y razĆ³n) se oscurecierĆ³n y las estrellas retirarĆ³n su esplendor (santos) YahvĆ© ruge desde SiĆ³n (IglesĆa-fortaleza) y desde JerusalĆ©n hace oĆr su voz. Los cielos y la tierra se han conmovido. Porque YahvĆ© es un refugio para su pueblo y un asilo para los hijos de Israel. Y sabrĆ”n que yo soy YahvĆ©, su Dios, que habito en SiĆ³n, mi monte santo, y JerusalĆ©n (nuestro objetivo final) serĆ” un lugar santo por el que no pasarĆ” extranjero. En aquellos dĆas los montes destilarĆ”n vino, y de las colinas manarĆ” leche; en todos los torrentes de JudĆ” (referencia al trono polĆtico de David) correrĆ” el agua y una fuente saldrĆ” de la casa de YahvĆ© para regar el valle de las acacias" (Joel 4, 15-18)
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Proto-cultura Evangelica siglo XXI
aPOSTOLES dE lOS uLTIMOS tIEMPOS
"Tus prodigios espantan a los pueblos lejanos, pero alegran las puertas por donde el sol nace y se pone" Salmo 65
Segunda EvangelizaciĆ³n, nuevos mĆ©todos, nuevo paradigma, misma adoctrinaciĆ³n.
Solo inventa y promociona tu invento, empresa o sociedad
DIOS HARĆ LO DEMĆS
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El Reino de los Mil AƱos
goce la tierra retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los Ɣrboles del bosque delante del SeƱor,
que ya llega,
ya llega a regir la tierra;
regirĆ” el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad.”
“¡Oh Dios, que te alaben todos los pueblos,
que todos los pueblos te alaben!”
La Sagrada Escritura anuncia una Ć©poca admirable de paz universal y de santidad que ha de tener lugar despuĆ©s del Juicio de las Naciones, cuando se convierta el pueblo judĆo y sean exterminados todos los enemigos de Cristo, asĆ como el Anticristo y su falso profeta, fruto o como consecuencia de la manifestaciĆ³n de la ParusĆa de Cristo, que inaugurarĆ” en el mundo su reino en la tierra. Este inicio del reino de Cristo en la tierra a plenitud, coincidirĆ” con lo que el libro del Apocalipsis denomina como el reino de los mil aƱos y que arranca con la victoria de Cristo sobre el Anticristo. Dice el Apocalipsis:
“Y vi el cielo abierto; y he aquĆ un caballo blanco, y el que lo montaba era llamado Fiel, el Verdadero, el que con justicia juzga y hace la guerra. Sus ojos, como llamas de fuego; sobre su cabeza lleva muchas diademas, y tiene un nombre escrito que nadie conoce sino Ćl. Iba envuelto en un manto salpicado de sangre y es llamado por nombre el Verbo de Dios. Y las huestes del cielo le seguĆan montadas en caballos blancos y vestido de finĆsimo lino blanco y nĆtido. De la boca de Ćl sale una espada filosa con que herir a las naciones; Ć©l las regirĆ” con vara de hierro, y Ć©l pisa el lagar del vino del furor de la ira de Dios Omnipotente; y sobre su muslo lleva escrito un nombre: Rey de reyes y SeƱor de seƱores...” (19, 11).
Esta cita la vemos realizarse en forma anĆ”loga en la lucha del bien y del mal de Cristo contra el dragĆ³n; pero especĆficamente se refiere al triunfo de Cristo y los santos contra el Anticristo y los suyos. Y esto se ve claro en el siguiente texto paralelo: “Y vi a la bestia (el Anticristo) y a los reyes de la tierra reunidos para dar la batalla al que iba montado en el caballo blanco y a sus huestes. Y fue agarrada la bestia y con ella el falso profeta que en su presencia habĆa obrado los prodigios con que habĆa embaucado a los que recibieron la marca de la bestia y habĆan adorado su imagen. Y ambos fueron arrojados vivos al estanque de fuego y azufre.” (19, 19-20).
AquĆ vemos con suma claridad cĆ³mo la ParusĆa se convierte en un triunfo resonante. Un triunfo que se va a extender por mil aƱos, que literalmente pueden ser diez siglos o simplemente un tiempo indeterminado pero suficientemente largo para que sucedan en Ć©l muchĆsimas cosas. El Apocalipsis nos habla de manera formal y explĆcita de ese reinado de paz y del reinado de Cristo con los Suyos sobre la tierra.
Ahora bien, es claro que la Era MesiĆ”nica se inaugurĆ³ con la EncarnaciĆ³n del Verbo y su nacimiento en BelĆ©n, pero la culminaciĆ³n de esta era la tendremos hasta el dĆa de la victoria del Cordero sobre la Bestia, y precisamente en esos mil aƱos de paz evangelizadora que seguirĆ”n como secuela de esa victoria, en cuyo tiempo tendrĆ”n su debido cumplimiento las promesas del Padre Celestial a su divino Hijo y a los hombres, donde SatanĆ”s estarĆ” atado sin poder daƱar a las naciones.
Dice el Apocalipsis: “Y vi un Ć”ngel que descendĆa del cielo y tenĆa en su mano la llave del abismo y una gran cadena. Y se apoderĆ³ del dragĆ³n, la serpiente antigua, que es el Diablo y SatanĆ”s, y lo encadenĆ³ por mil aƱos, y lo arrojĆ³ al abismo que cerrĆ³ y sobre el cual puso sello para que no sedujese mĆ”s a las naciones hasta que se hubiesen cumplido los mil aƱos, despuĆ©s de lo cual ha de ser soltado por un poco de tiempo... y vi a las almas de los que habĆan sido degollados a causa del testimonio de JesĆŗs y a causa de la Palabra de Dios, y los que no habĆan adorado a la bestia ni a su estatua, ni habĆan aceptado la marca en su frente ni en sus manos y vivieron y reinaron con Cristo mil aƱos...” (20, 1-4).
Milenarismo Carnal
Este reino de los mil aƱos ha tenido diversas interpretaciones; algunos entendieron este reinado milenario en una forma carnal y crasa y no solamente literal. De este tipo de milenio carnal tambiĆ©n llamado Quiliasmo y que tuvo a la cabeza al hereje Cerinto, la Iglesia lo ha condenado y pretendiĆ³ imaginar a los hombres justos, despuĆ©s de su resurrecciĆ³n, en una vida de mucho jĆŗbilo, con banquetes y grandes fiestas, en medio de una gran prosperidad material. Es decir pues, un reino carnal y grosero. Y como digo, este milenarismo fue debidamente condenado por la Iglesia.
Milenarismo Mitigado
TambiĆ©n existe otra interpretaciĆ³n del milenio que podrĆamos decir "mitigado", donde la Iglesia sostiene que no puede enseƱarse con seguridad que Cristo venga personal y visiblemente a reinar a la tierra. A este milenarismo mitigado, la Iglesia manifiesta mucha desconfianza.
De hecho el tema del milenarismo hoy en dĆa es visto con mucha reserva, o mĆ”s bien se considera (equivocadamente) como una doctrina herĆ©tica basada en fĆ”bulas judaicas que prĆ”cticamente ha sido condenada por la Iglesia; pero esto es un embuste, ya que se estĆ” confundiendo el milenarismo craso que fue condenado por la Iglesia en su momento, con el milenarismo PURO y totalmente espiritual (que nunca ha sido condenado) y que consiste en interpretar el capĆtulo XX del Apocalipsis de forma literal pero realista y no alegĆ³rico ni fantasioso, es decir, un reino de Cristo mediante una presencia espiritual de Poder y Gracia, y esta interpretaciĆ³n es la que sostienen la gran mayorĆa de los Padres de la Iglesia de los primeros cinco siglos.
AsĆ pues, la Iglesia PatrĆstica apoyĆ³ siempre un milenarismo espiritual y las condenaciones que se han hecho al milenarismo se refieren al craso o carnal de Cerinto, incluso las que en su tiempo hicieron San JerĆ³nimo y San AgustĆn iban dirigidas al milenarismo carnal de los quiliastas.
El milenarismo espiritual que estamos precisados a admitir y propagamos es el mismo que canta la Iglesia en el prefacio de Cristo Rey, “un reino de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz”. Este milenarismo es el mismo que recibimos de la palabra de Jesucristo: “venga a nosotros tu reino”. Esta es pues la fe de la Iglesia y estĆ” formalmente contenida en la RevelaciĆ³n.
Entonces, y para mayor claridad, el milenarismo espiritual, ni ha sido condenado hasta ahora ni creo que sea jamĆ”s condenado, por la simple razĆ³n de que la Iglesia no va a condenar a toda una TradiciĆ³n PatrĆstica y teolĆ³gica muy respetable, ni va serruchar la rama donde estĆ” sentada, es decir, la TradiciĆ³n ApostĆ³lica.
El tema del reino de los mil aƱos es el mĆ”s controvertido, discutido y difĆcil del Apocalipsis, pero es hacia el cual todo confluye. La otra alternativa que da el capĆtulo XX es interpretarlo alegĆ³ricamente y aplicar el reino milenario al tiempo de la Iglesia actual, es decir, desde la ascensiĆ³n de Cristo hasta el Anticristo, pero esto trae un efecto desastroso y del todo distorsionado. Esto equivaldrĆa a admitir que este reino extraordinario de paz y santidad donde supuestamente el demonio estĆ” atado y Cristo reinando, ha sido todo el tiempo nuestro con bombas, herejĆas de toda clase, guerras, persecuciones, materialismo, racionalismo, etc., y esto a nuestro parecer no se puede admitir.
En la Ć©poca del milenio que estĆ” por venir, el bien se impone sobre el mal, pero el mal no estĆ” aniquilado, sino mĆ”s bien comprimido. Lactancio, padre de la Iglesia del siglo IV, hablando de la derrota del Anticristo y del milenio dice: “Extinguido asĆ el contagio y comprimida la impiedad, descansarĆ” el universo, que por tantos siglos soportĆ³ servidumbre a manos del error y del crimen” (Instituciones VII, 19).
AsĆ pues, la impiedad no estarĆ” totalmente aniquilada, pues eso serĆa entonces el cielo, y el reino milenario es como un preĆ”mbulo hacia el cielo pero no es el cielo.
AsĆ entonces nuestra opiniĆ³n es que estos mil aƱos no creo que sean, como algunos intĆ©rpretes dicen, los que abarcan la duraciĆ³n de la Iglesia, ni tampoco creo sea la eternidad, como otros dicen, porque esta no tiene lĆmite. Los mil aƱos comienzan a partir de la ParusĆa de Cristo y terminarĆ”n con la Ćŗltima embestida del demonio, que serĆ” desatado al final para su derrota definitiva, viniĆ©ndose despuĆ©s la resurrecciĆ³n de la carne y el juicio final.
En resumen de todo lo dicho, el reino de los mil aƱos se inaugurarĆ” con la segunda venida de Cristo. Esto mil aƱos serĆ”n un nuevo tiempo histĆ³rico de inigualada bienaventuranza sobrenatural y natural, y en la que el plan de Dios, que el primer AdĆ”n hizo fracasar con su culpa, se rehabilitarĆ” y se cumplirĆ” por obra y gracia del segundo AdĆ”n, Jesucristo nuestro SeƱor, en el reino que establece con su manifestaciĆ³n gloriosa o ParusĆa, y en la que MarĆa SantĆsima tendrĆ” un papel trascendental que cumplir como precursora de Cristo en su segunda venida a la tierra.
Este nuevo tiempo, o tambiĆ©n podrĆamos denominarle nuevo “EĆ³n” (una palabra de origen griego que significa un perĆodo de tiempo prolongado e indeterminado), se cumplirĆ”n un sinnĆŗmero de condiciones como son las profecĆas de un solo rebaƱo y un solo pastor; de un cielo nuevo y una tierra nueva; y se cumplirĆ”n tambiĆ©n otras profecĆas que estĆ”n establecidas en la Sagrada Escritura.
Cumplimiento de ProfecĆas en el Orden Temporal
En el reino de los mil aƱos se cumplirĆ”n promesas de paz y bienestar temporal y que son consecuencia de la efusiĆ³n sobrenatural que significarĆ” el reino de Cristo. Estas profecĆas estĆ”n contenidas principalmente en el Antiguo Testamento.
Desarme universal: Ć©poca de paz
IsaĆas II, 4-5
Miqueas 4, 3-4
“El SeƱor juzgarĆ” a las gentes Y dictarĆ” sus leyes a numerosos pueblos, y de sus espadas harĆ”n rejas de arado y de sus lanzas, hoces. No alzarĆ”n las espadas gente contra gente, ni se ejercitarĆ”n para la guerra…”
Del salmista tambiƩn nos dice:
“Venid y ved las obras del SeƱor, los prodigios que ha dejado sobre la tierra. Ćl es quien hace cesar la guerra hasta los confines de la misma. Ćl rompe el arco, troncha la lanza y hace arder los escudos en el fuego.” (435, 9-10).
Los profetas anuncian una Ć©poca en que nunca volverĆ” a haber guerras. ¿Y quiĆ©n no ve que aĆŗn estĆ”n por cumplirse tales profecĆas?. Algunos suponen que estas son imĆ”genes de la paz que ya hubo en tiempos del Emperador Augusto, pero esto no se puede admitir, toda vez que la lectura obvia del texto sagrado habla de una paz social y perfecta. Y este vaticinio no se ha cumplido, ya que la historia es testigo de que siempre ha habido guerras y cada vez mĆ”s feroces y sin indicios de que los pueblos puedan entenderse de manera definitiva.
AdemĆ”s, esta paz relatada en la Biblia tendrĆ” lugar al fin de los tiempos, cuando el SeƱor sea adorado y conocido como “Dios de toda la creaciĆ³n”, “cuando el conocimiento de YavĆ©h inunde el orbe”, “mientras no sea derrotado sobre todos un espĆritu de lo alto y el desierto se torne en vergel. Entonces la paz serĆ” obra de la justicia o santidad, y el fruto de la santidad el reposo, y la seguridad para siempre” (Is 32, 15).
Por eso hoy resulta estĆ©ril lo que los polĆticos y jefes de gobiernos y estados pretenden llevar adelante con la realizaciĆ³n de una posible paz. Que quede claro, ninguna paz durarera y perfecta vendrĆ” a la tierra sino es por intervenciĆ³n de Dios a travĆ©s de su Madre SantĆsima, la Virgen MarĆa. AsĆ estĆ” escrito, y asĆ se cumplirĆ”.
AsĆ que vendrĆ” el tiempo anunciado por los profetas, cuando la tierra estĆ© llena del conocimiento del amor de Dios y cada uno sepa cumplir su deber sin necesidad de la fuerza pĆŗblica o coacciĆ³n alguna. SĆ³lo entonces se establecerĆ” el imperio de Cristo sobre la tierra con una paz que no tendrĆ” fin. Y tambiĆ©n entonces, como dice el profeta ZacarĆas, “Y promulgarĆ” a las gentes la paz y serĆ” de mar a mar su seƱorĆo y desde el rĆo hasta los confines de la tierra” (9, 10). El reino del MesĆas serĆ” universal y pacĆfico.
Promesas de bienestar temporal.
AmĆ³s 9, 13:
“He aquĆ que vienen dĆas, dice el SeƱor, en que aal arador le seguirĆ” el segador, y al que pisa las uvas, el que esparce las semillas; los montes destilarĆ”n mosto, y todas las colinas abundarĆ”n de fruto.”
Ezequiel 34, 26
“EnviarĆ© a su tiempo las lluvias, y lluvias de bendiciĆ³n. Los Ć”rboles del campo darĆ”n fruto y la tierra darĆ” sus productos y vivirĆ”n en paz en su tierra” (Is 30, 22).
“Y el pan que la tierra producirĆ” serĆ” suculento y nutritivo… Entonces, en todo monte alto y en todo collado sublime habrĆ” arroyos y corrientes de aguas…”
En la Ć©poca en que se cumpla lo anteriormente descrito, se verificarĆ” a sĆ mismo lo que dice el profeta: “ConstruirĆ”n casas y las habitarĆ”n, plantarĆ”n viƱas y comerĆ”n sus frutos. No edificarĆ”n para que habite otro, no plantarĆ”n para que recoja otro… No trabajarĆ”n en vano” (Is 65, 21-22).
Esto nos seƱala una Ć©poca en la que desaparecerĆ” la explotaciĆ³n del hombre por el hombre, porque cada uno serĆ” dueƱo de su trabajo y contribuirĆ” para el bien de todos.
Longevidad de los habitantes de la tierra
En la Ć©poca ya descrita, para cuando la tierra estĆ© llena del conocimiento de Dios, en adelante no se oirĆ”n mĆ”s en ella llanto ni clamores. “No habrĆ” allĆ niƱo nacido para pocos dĆas ni anciano que no haya cumplido los suyos. Morir a los cien aƱos serĆ” morir niƱo, y no llegar a los cien aƱos serĆ” tenido por maldiciĆ³n… segĆŗn los dĆas de los Ć”rboles, serĆ”n los dĆas de mi pueblo, y mis elegidos disfrutarĆ”n de las obras de sus manos. No se fatigarĆ”n en vano, ni darĆ”n a luz para una muerte prematura, sino que serĆ” la progenie bendita de YavĆ©h; asĆ ellos como sus descendientes.” (Is 65, 19-24).
¿Los hombres llegarĆ”n entonces a vivir tantos aƱos como los patriarcas antediluvianos? Si esto parece imposible a los ojos de los hombres, no asĆ a los de Dios que lo anuncia y lo profetiza como una realidad maravillosa. Esta promesa estĆ” sellada con palabras profĆ©ticas de YavĆ©h: “El SeƱor es quien lo ha dicho, dice el salmista, y es cosa admirable a nuestros ojos.” (117, 23).
Se amansarƔn las fieras y no daƱarƔn al hombre.
Cuando los hombres impĆos hayan desaparecido, y “la tierra se halle llena del conocimiento del amor de Dios, entonces habitarĆ” el lobo con el cordero, el leopardo se acostarĆ” junto al cabrito; la osa y la vaca pacerĆ”n lado a lado y juntas acostarĆ”n sus crĆas. El leĆ³n comerĆ” paja con el buey, y el reciĆ©n nacido meterĆ” la mano en la madriguera del basilisco” (Is 11, 6-8).
JamĆ”s se ha visto tal convivencia de animales mansos con las bestias mĆ”s feroces y que estĆ©n sometidas al hombre como los demĆ”s animales domĆ©sticos y que no hagan daƱo a nadie… Pero esta promesa serĆ” una realidad para los tiempos venideros que se anuncian, porque en aquella Ć©poca todo el mundo serĆ” purificado, no habrĆ” impĆos sobre la tierra (que sĆ pecadores), pues la iniquidad serĆ” destruida y todo el orbe estarĆ” lleno del conocimiento del SeƱor.
Entonces la paz y la justicia reinarĆ”n, y las “criaturas, liberadas de la servidumbre de la corrupciĆ³n, participarĆ”n en la libertad de la gloria de los hijos de Dios.” (Rm 8, 21), porque la tierra quedarĆ” libre de la maldiciĆ³n a que Dios la sometiĆ³ por el pecado. (Gen 3, 17). En efecto, San Pablo enseƱa que la naturaleza, al igual que el hombre, tambiĆ©n estĆ” caĆda, es decir, que no estĆ” en su debido ser, sino en una situaciĆ³n de violencia, en situaciĆ³n antinatural; porque a ella tambiĆ©n alcanzĆ³ la maldiciĆ³n del pecado original del hombre, del hombre que debiĆ³ haber sido su dichoso, seƱor y amo. Por eso dice el GĆ©nesis con respecto al hombre: “Maldito sea este suelo por tu causa: con fatiga habrĆ”s de sacar de Ć©l los alimentos… espinas y abrojos tendrĆ”s en abundancia…” (3, 17-19).
La creaciĆ³n no es ahora entonces para el hombre lo que hubiera sido, de no haber ocurrido la caĆda de los primeros padres en el pecado.
Esta realidad de la creaciĆ³n entera, afectada penosamente por el pecado del hombre, es la que precisamente denuncia San Pablo cuando dice que la creaciĆ³n estĆ” ansiosa y desea vivamente la revelaciĆ³n de los hijos de Dios. “La creaciĆ³n en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontĆ”neamente, sino por aquĆ©l que la sometiĆ³, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupciĆ³n para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creaciĆ³n entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto” (Rm 8, 18-22).
Por lo tanto, el universo material, creado para el hombre, ha participado hasta hoy de las consecuencias del pecado original. Pero con motivo de la ParusĆa y la instauraciĆ³n del reino de Cristo en la tierra a plenitud, la tierra serĆ” liberada de esta miseria y le serĆ” devuelta a las condiciones primera en que Dios la creĆ³. Esto es precisamente la regeneraciĆ³n que esperamos y que tiene como objetivo primordial restaurar o restituir al hombre, y luego como objetivo complementario, restaurar y restituir a todo lo demĆ”s. Y esta restituciĆ³n vendrĆ” como consecuencia del reino de Cristo en la que, como ya hemos explicado con anterioridad, se deberĆ”n de desarrollar unos nuevos cielos y una nueva tierra en los que more la justicia.
En conclusiĆ³n de todo lo dicho, con este cielo nuevo y tierra nueva se cumple la manifestaciĆ³n del reino de Dios, que pedimos todos los dĆas en el Padre Nuestro que venga a nosotros. Y en la culminaciĆ³n de este reino de Dios en la tierra, empezarĆ” la verdadera revelaciĆ³n de los hijos de Dios, y empezarĆ”n tambiĆ©n los mil aƱos de San Juan, el milenio, en cuyo principio ocurrirĆ” la prisiĆ³n del diablo con todas las circunstancias que se leen expresamente en el capĆtulo 20 de Apocalipsis. Este gran tiempo histĆ³rico que se va a desarrollar en el mundo coincidirĆ” con la ParusĆa y, con esa efusiĆ³n del EspĆritu Santo en la que habrĆ” de desarrollarse en la tierra un segundo PentecostĆ©s. Ante este reino de Cristo, queda cada vez mĆ”s claro por quĆ© su Eterno Padre, lo constituyĆ³, en cuanto a hombre, heredero de todo, sometido a Ćl todo principado, potestad y virtud y sujetas a este hombre-Dios todas las cosas. AquĆ queda mĆ”s claro el por quĆ© de la grandeza del misterio del Verbo de Dios que se hizo hombre, el Hijo unigĆ©nito de Dios, por quien todo fue hecho y creado.
[1] La DidajĆ© o Doctrina de los ApĆ³stoles; EpĆstola de San BernabĆ©; San PapĆas, obispo de HierĆ³polis; San Justino, San Ireneo, Tertuliano, Nepote, obispo de Egipto; San Victorino, obispo y mĆ”rtir; San MetĆ³dio, obispo de Olimpia y mĆ”rtir; Commodiano, Lactancio, Quinto Julio Hilareano, San ZenĆ³n, obispo de Verona, San Ambrosio, y San AgustĆn
TOMADO DEL lIBRO: El Reino de Cristo
La Divina Era
Entonces Pilato le dijo: "¿Luego tĆŗ eres Rey?"
RespondiĆ³ JesĆŗs: "SĆ, como dices, soy Rey.
Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo"
“Mi reino no es de este mundo”.
Dice que no es de aquĆ, pero no que no deba estar aquĆ. Dice que no es carnal, pero no dice que no sea real; dice que es reino de almas, pero no quiere decir reino de fantasmas, sino reino de hombres, y muy santos por cierto.
La corona de Cristo es mĆ”s fuerte que la de los reyes de este mundo, porque es una corona de espinas. La pĆŗrpura real de Cristo no se destiƱe, estĆ” baƱada en sangre viva. Y la caƱa que le pusieron por burla en las manos, se convierte de tiempo en tiempo, cuando el mundo cree que puede volver a burlarse de Cristo, en un barrote de hierro: ”Los regirĆ”s con vara de hierro y como vaso de alfarero los romperĆ”s” (Salmo 2).
“TĆŗ lo has dicho, Yo lo soy.”
“El glorioso reino de Cristo corresponderĆ” a un florecimiento general de santidad y pureza, de amor y justicia, de alegrĆa y paz… El glorioso reino de Cristo se reflejarĆ” ademĆ”s en una nueva forma de vida en todos, porque ustedes serĆ”n atraĆdos a vivir solamente para la gloria del SeƱor. Y el SeƱor serĆ” glorificado cuando su divina voluntad sea perfectamente realizada por cada uno de ustedes. El glorioso reino de Cristo coincidirĆ” entonces, con la perfecta realizaciĆ³n de la voluntad de Dios de parte de cada una de sus criaturas, de tal manera que, segĆŗn es en el cielo, asĆ sea tambiĆ©n en la tierra” (21 de noviembre de 1993).
En otro mensaje, la Virgen habla claramente del reinado de Cristo:
“¡Y JesĆŗs reinarĆ”! JesĆŗs que os enseĆ±Ć³ la oraciĆ³n diaria (el Padre Nuestro), con el objeto de invocar la venida de su reino a la tierra, podrĆ” ver al fin completada esta su oraciĆ³n. Ćl reinarĆ”. Ćl restaurarĆ” su reino y esta creaciĆ³n volverĆ” a ser como un jardĆn donde Cristo JesĆŗs serĆ” glorificado; donde su reino serĆ” querido y exaltado. Este serĆ” un reino universal de gracia y belleza, de armonĆa, de comuniĆ³n, de santidad, de justicia y de paz…” (3 de junio de 1987).
“Y reinarĆ” YavĆ©h sobre la tierra toda y YavĆ©h serĆ” Ćŗnico y Ćŗnico Su nombre.” (14, 9).
SofonĆas:
“Entonces yo devolverĆ© a los pueblos labios limpios, para invocar todos el nombre de YavĆ©h… El Rey de Israel, YavĆ©h, estĆ” en medio de ti. No verĆ”s mĆ”s el infortunio…” (33, 9 y siguientes).
AbdĆas:
“SubirĆ”n victoriosos al monte SiĆ³n… y YavĆ©h reinarĆ”.” (1, 21).
IsaĆas:
“La luna se enrojecerĆ”, el sol palidecerĆ”, cuando YavĆ©h Sebaot sea proclamado Rey. Y sobre el monte SiĆ³n, en JerusalĆ©n, resplandecerĆ” Su gloria ante sus ancianos” (24, 23).
Daniel:
“Y el Dios del cielo levantarĆ” un reino que jamĆ”s serĆ” destruido; y este reino no pasarĆ” a otra naciĆ³n, sino que se levantarĆ” y aniquilarĆ” a todos aquellos reinos, en tanto que Ć©l mismo subsistirĆ” para siempre, conforme viste que de la montaƱa se desprendiĆ³ una piedra, no por mano alguna…” (2, 44).
EDAD MEDIA
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¿Debemos decir Barbaros?
Los pueblos germĆ”nicos procedentes de la Europa del Norte y del Este, se encontraban en un estadio de desarrollo econĆ³mico, social y cultural obviamente inferior al del Imperio romano, al que ellos mismos percibĆan admirativamente. A su vez eran percibidos con una mezcla de desprecio, temor y esperanza (retrospectivamente plasmados en el influyente poema Esperando a los bĆ”rbaros de Constantino Cavafis) La denominaciĆ³n de bĆ”rbaros (Ī²Ī¬ĻĪ²Ī±ĻĪæĻ) proviene de la onomatopeya bar-bar con la que los griegos se burlaban de los extranjeros no helĆ©nicos, y que los romanos -bĆ”rbaros ellos mismos, aunque helenizados- utilizaron desde su propia perspectiva. La denominaciĆ³n invasiones bĆ”rbaras fue rechazada por los historiadores alemanes del siglo XIX, momento en el que el tĆ©rmino barbarie designaba para las nacientes ciencias sociales un estadio de desarrollo cultural inferior a la civilizaciĆ³n y superior al salvajismo. Prefirieron acuƱar un nuevo tĆ©rmino: Vƶlkerwanderung ("MigraciĆ³n de Pueblos"), menos violento que invasiones, al sugerir el desplazamiento completo de un pueblo con sus instituciones y cultura, y mĆ”s general incluso que invasiones germĆ”nicas, al incluir a hunos, eslavos y otros. Tal vez los verdaderos salvajes eran los romanos...
El imperio romano habĆa pasado por invasiones externas y guerras civiles terribles en el pasado, pero a finales del siglo IV, aparentemente, la situaciĆ³n estaba bajo control. HacĆa escaso tiempo que Teodosio habĆa logrado nuevamente unificar bajo un solo centro ambas mitades del Imperio (392) y establecido una nueva religiĆ³n de Estado, el Cristianismo niceno (Edicto de TesalĆ³nica -380), con la desapariciĆ³n de los tradicionales cultos paganos y las heterodoxias cristianas. El clero cristiano, convertido en una jerarquĆa de poder, justificaba ideolĆ³gicamente a un Imperium Romanum Christianum y a la dinastĆa Teodosiana como habĆa comenzado a hacer ya con la Constantiniana desde el Edicto de MilĆ”n (313). Por fin una imagen del reino cristiano daba iniciĆ³ en el mundo.
Fueron los visigodos, primero como Reino de Tolosa y luego como Reino de Toledo, los primeros en efectuar esa institucionalizaciĆ³n, valiĆ©ndose de su condiciĆ³n de federados, con la obtenciĆ³n de un feodus con el Imperio, que les encargĆ³ la pacificaciĆ³n de las provincias de Galia e Hispania, cuyo control estaba perdido en la prĆ”ctica tras las invasiones del 410 por suevos, vĆ”ndalos y alanos. De Ć©stos, sĆ³lo los suevos lograron el asentamiento definitivo en una zona: el Reino de Braga, mientras que los vĆ”ndalos se establecieron en el norte de Ćfrica y las islas del MediterrĆ”neo Occidental, pero fueron al siglo siguiente eliminados por los bizantinos durante la gran expansiĆ³n territorial de Justiniano I (campaƱas de los generales Belisario, del 533 al 544, y NarsĆ©s, hasta el 554). SimultĆ”neamente los ostrogodos consiguieron instalarse en Italia expulsando a los hĆ©rulos, que habĆan expulsado a su vez de Roma al Ćŗltimo emperador de Occidente. El Reino Ostrogodo desapareciĆ³ tambiĆ©n frente a la presiĆ³n bizantina de Justiniano I. Cristo habia ganado.
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DĆa de la ira; dĆa aquel
en que los siglos se reduzcan a cenizas;
como testigos el rey David y la Sibila.
¡CuĆ”nto terror habrĆ” en el futuro
cuando el juez haya de venir
a juzgar todo estrictamente!
...
Tras confundir a los malditos
arrojados a las llamas voraces
hazme llamar entre los benditos
Te lo ruego, suplicante y de rodillas,
el corazĆ³n acongojado, casi hecho cenizas:
hazte cargo de mi destino.
DĆa de lĆ”grimas serĆ” aquel dĆa
en que resucitarĆ”, del polvo
para el juicio, el hombre culpable.
A ese, pues, perdĆ³nalo, oh Dios
El espĆritu medieval debĆa asumir la contradicciĆ³n de impulsar manifestaciones pĆŗblicas de piedad y devociĆ³n y al tiempo permitir generosas concesiones al pecado como los carnavales y otras parodias grotescas (la fiesta del asno o el charivari). La Edad Medie se divide en; la Baja Edad Media que es un tĆ©rmino que a veces produce confusiĆ³n, pues procede de un equĆvoco etimolĆ³gico entre alemĆ”n y castellano: baja no significa decadente, sino reciente; por oposiciĆ³n al alta de la Alta Edad Media, que significa antigua su par.
Siguiendo el precedente de la organizaciĆ³n carolingia de las escuelas palatinas, catedralicias y monĆ”sticas (debida a Alcuino de York -787-), mĆ”s que el de otras instituciones semejantes existentes en el mundo islĆ”mico, las primeras universidades de la Europa cristiana fueron fundadas para el estudio del derecho, la medicina y la teologĆa. La parte central de la enseƱanza envolvĆa el estudio de las artes preparatorias (denominadas artes liberales por cuanto eran mentales o espirituales y liberaban del trabajo manual propio de las artesanĆas, consideradas oficios viles y mecĆ”nicos); estas artes liberales eran el trivium (gramĆ”tica, retĆ³rica y lĆ³gica) y el quadrivium (aritmĆ©tica, geometrĆa, mĆŗsica y astronomĆa). Entre 1200 y 1400 fueron fundadas en Europa 52 universidades; 29 de ellas de fundaciĆ³n papal, las demĆ”s de fundaciĆ³n imperial o real. La primera fue posiblemente Bolonia (especializada en Derecho, 1088), a la que siguiĆ³ Oxford (antes de 1096), de la que se escindiĆ³ su rival Cambridge (1209), ParĆs, de mediados del siglo XII (uno de cuyos colegios fue la Sorbona, 1275), Salamanca (1218, precedida por el Estudio General de Palencia de 1208), Padua (1222), NĆ”poles (1224), CoĆmbra (1308, trasladada desde el Estudio General de Lisboa de 1290), AlcalĆ” de Henares (1293, refundada por el Cardenal Cisneros en 1499), la Sapienza (Roma, 1303), Valladolid (1346), la Universidad Carolina (Praga, 1348), la Universidad JagellĆ³nica (Cracovia, 1363), Viena (1365), Heidelberg (1386), Colonia (1368) y, ya al final del periodo medieval, Lovaina (1425), Barcelona (1450), Basilea (1460) y Uppsala (1477). En medicina gozaba de un gran prestigio la Escuela MĆ©dica Salernitana, con raĆces Ć”rabes, que provenĆa del siglo IX; y en 1220 empezĆ³ a rivalizar con ella la Facultad de Medicina de Montpellier. Como vemos: una edad paradigmatica desde todo punto de vista.
"He aprendido mucho mĆ”s de mi Ćŗnica derrota que de todas mis victorias"
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Garabandal II
El Papa en la Silla Gestatoria sale de la sala donde ha tenido la audiencia general. Divisa al profesor Medi, su mƩdico personal, y le llama:
A continuaciĆ³n dice a los portadores de la Silla:
-- Fermi tutti.
Una indicaciĆ³n de que dejaran en el suelo la Silla Gestatoria y se alejaran.
Han podido hablar con toda tranquilidad. Conchita hablĆ³ personalmente con el Papa.
"Conchita, yo te bendigo, y conmigo te bendice toda la Iglesia".
"Ahora que cogimos las manzanas que no eran nuestras, el demonio estarĆ” contento y el pobre Ćngel de la Guarda estarĆ” triste. Entonces empezamos a coger piedras y a tirĆ”rselas con todas nuestras fuerzas al lado izquierdo. DecĆamos ahĆ estaba el demonio. Empezamos a jugar a las canicas con piedras. De pronto se me apareciĆ³ un figura muy bella con muchos resplandores que no me lastimaban nada los ojos. Las otras niƱas al verme en este estado creĆan que me daba un ataque, cuando ellas ya iban a llamar a mi mamĆ” se quedaron en el mismo estado que yo y exclamamos a la vez: "¡Ay, el Ćngel!". AsĆ relata Conchita la primera apariciĆ³n.
Luego el Ć”ngel se identificarĆa como San Miguel ArcĆ”ngel.
"¿SabĆ©is por quĆ© he venido? -Para anunciaros que maƱana, domingo, la Virgen MarĆa se os aparecerĆ” como Nuestra SeƱora del Carmen".
El domingo, dĆa 2, sobre las 6 de la tarde, las niƱas fueron hacia la calleja que conduce a los nueve pinos. Se trata de un solitario pinar que se destaca en un elevado junto al pueblo. Eran seguidas por una gran multitud, entre ellos, varios sacerdotes y mĆ©dicos. Nada mĆ”s de acercarse al lugar, las videntes, asombradas, se encuentran con la apariciĆ³n de la SantĆsima Virgen que venĆa acompaƱada de dos Ć”ngeles, uno de ellos San Miguel y el otro desconocido.
Describieron a la SantĆsima Virgen: "Viene con un vestido blanco, el manto azul, la corona de 12 estrellas doradas, las manos extendidas, con un escapulario marrĆ³n, salvo cuando lleva al niƱo en brazos: el pelo largo castaƱo oscuro, con raya en medio; la cara alargada con nariz muy fina; la boca muy bonita, con labios un poco gruesos. Aparenta unos 17 aƱos y es mĆ”s bien alta".
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