El apostol de los gentiles (no judios)
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Cuando Dios decide algo, nada ni nadie puede oponerse, y un ejemplo vivo de esto es Pablo, que en medio de un templo corrompido donde el dinero, los chismes y las calumnias hacĂan simplemente imposible el reinado del verbo eterno de Dios en el campo del libre albedrĂo humano. Claro que ahora esos fariseos hipĂłcritas gimen de dolor en el infierno, mientras el apĂłstol de las fronteras de la fe... esta reinando en el cielo con los demás santos y justos del señor.
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Las fronteras de la fe
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Hablemos de la fe primero, pero no como la entienden nuestros abuelos, creo por que me dijeron que a mis padres le dijeron, que a mis antepasados le dijeron que a los suyos le dijeron, etc...
Hablamos de las fronteras de la fe, las impresionantes estancias misioneras donde realmente se bate el cobre en términos humanos, en ella definiremos los verdaderos canales de navegación nuestra, dejando atrás todo lo que evite salir tras nuestra isla utópica (termino filosófico no teológico) en este tercer milenio.
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Primera frontera de la fe: Más allá de mis bienes materiales iglesia catolica...
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El consumismo conduce al riesgo de reducir la fe al ámbito privado y olvidar que ser cristiano implica hacer apostolado, señalĂł el Papa Juan Pablo II en una carta con ocasiĂłn del 350Âş aniversario de la instituciĂłn de la diĂłcesis italiana de Prato. "En el actual contexto socio-cultural, la afluencia de bienes materiales, el cuidado exasperado de sĂ, las necesidades creadas por una sociedad consumista hacen correr el peligro de oscurecer la voz interior de Dios, que constantemente invita a mantener sĂłlida la alianza personal con El”, señalĂł el Papa. Lee más aquĂ http://www.aciprensa.com/noticia.php?n=1908
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De San Pablo mismo sabemos que naciĂł en Tarso, en Cilicia (Hechos, xxi, 39), de un padre que era ciudadano romano (Hechos, xxii, 26-28; cf. xvi, 37), en el seno de una familia en la que la piedad era hereditaria (II Tim., i, 3) y muy ligada a las tradiciones y observancias fariseas (Fil., iii, 5-6). San JerĂłnimo nos dice, no se sabe con quĂ© razones, que sus padres eran nativos de Gischala, una pequeña ciudad de Galilea y que lo llevaron a Tarso cuando Gischala fue tomada por los romanos ("De vir. ill.", v; "In epist. ad Fil.", 23). Este Ăşltimo detalle es ciertamente un anacronismo mas los orĂgenes galileos de la familia no son en absoluto improbables. Dado que pertenecĂa a la tribu de BenjamĂn, se le dio el nombre de SaĂşl (o Saulo) que era comĂşn en esta tribu en memoria del primer rey de los judĂos. (Fil., iii, 5). En tanto que ciudadano romano tambiĂ©n llevaba el nombre latino de Pablo (Paulo). Para los judĂos de aquel tiempo era bastante usual tener dos nombres, uno hebreo y otro latino o griego entre los que existĂa a menudo una cierta consonancia y que yuxtaponĂan en el modo usado por San Lucas (Hechos, xiii, 9: Saulos ho kai Paulos). Pero su apostolado nos enseña algo más... las fronteras de la mismisima fe!
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Segunda frontera de la fe: Más allá del dualismoDe San Pablo mismo sabemos que naciĂł en Tarso, en Cilicia (Hechos, xxi, 39), de un padre que era ciudadano romano (Hechos, xxii, 26-28; cf. xvi, 37), en el seno de una familia en la que la piedad era hereditaria (II Tim., i, 3) y muy ligada a las tradiciones y observancias fariseas (Fil., iii, 5-6). San JerĂłnimo nos dice, no se sabe con quĂ© razones, que sus padres eran nativos de Gischala, una pequeña ciudad de Galilea y que lo llevaron a Tarso cuando Gischala fue tomada por los romanos ("De vir. ill.", v; "In epist. ad Fil.", 23). Este Ăşltimo detalle es ciertamente un anacronismo mas los orĂgenes galileos de la familia no son en absoluto improbables. Dado que pertenecĂa a la tribu de BenjamĂn, se le dio el nombre de SaĂşl (o Saulo) que era comĂşn en esta tribu en memoria del primer rey de los judĂos. (Fil., iii, 5). En tanto que ciudadano romano tambiĂ©n llevaba el nombre latino de Pablo (Paulo). Para los judĂos de aquel tiempo era bastante usual tener dos nombres, uno hebreo y otro latino o griego entre los que existĂa a menudo una cierta consonancia y que yuxtaponĂan en el modo usado por San Lucas (Hechos, xiii, 9: Saulos ho kai Paulos). Pero su apostolado nos enseña algo más... las fronteras de la mismisima fe!
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Mientras que para la Iglesia CatĂłlica no existe motivo alguno para un conflicto entre fe y ciencia, existen muchos cientĂficos que se han empeñado en señalar la imposibilidad de entablar un diálogo sano entre ambas. Un estudio publicado en Estados Unidos mostrarĂa que el problema no serĂa por causa de la fe ni de la ciencia, sino más bien de algunos cientĂficos, quienes en su mayorĂa rechazan el dato revelado y se declaran ateos. con sus consecuentes prejuicios y vicios metodolĂłgicos.
El Informe
El informe elaborado por los historiadores Edward Larson de la Universidad de Georgia y Larry Witham del Instituto Discovery de Seattle, revelĂł que sĂłlo el 40 por ciento de los cientĂficos en Estados Unidos cree en un ser supremo y en la existencia de una vida despuĂ©s de la vida, mientras que la mayorĂa rechaza la sola posibilidad de la existencia de un ser trascendente. AsĂ, segĂşn el informe, el 45 por ciento de cientĂficos encuestados niega la existencia de Dios y se declara atea, mientras que un 15 por ciento de "indecisos" se declara agnĂłstico.
Siguiendo a Leuba
Las cifras, publicadas en la revista cientĂfica Nature, coincidieron sorprendentemente con unas presentadas por el investigador James Leuba, hace más de ocho dĂ©cadas, en 1916. Tal como lo hiciera Leuba a principios de siglo, los dos historiadores realizaron encuestas a 1.000 personas elegidas del American Men and Women of Science, que consigna una relaciĂłn general de los cientĂficos norteamericanos.
Las cifras
Los cientĂficos respondieron a preguntas acerca de si creĂan en la existencia de un Dios que responde a las plegarias, en la inmortalidad del hombre, o en la vida despuĂ©s de la muerte. Sorprendentemente los resultados coincidieron con los de Leuba: la mayorĂa de cientĂficos se proclama abiertamente ateo y niega las verdades fundamentales de la fe. En efecto, en ambas encuestas, cerca del 45 por ciento se declaran "ateo" y el 15 por ciento "agnĂłsticos".
La Ăşnica diferencia entre la investigaciĂłn de principios de siglo y la de Larson y Witham está en la distribuciĂłn de los creyentes en las diferentes disciplinas. AsĂ, mientras que en 1916 los más escĂ©pticos frente a la existencia de Dios fueron los biĂłlogos con un 69,5 por ciento; en el reporte de Larson y Witham, la mayorĂa atea se ubicĂł entre los fĂsicos y astrĂłnomos.
Prejuicios
De este modo, mientras que la gran mayorĂa de los norteamericanos se reconoce creyente, en el ambiente cientĂfico domina el escepticismo. AsĂ, el trabajo de Larson y Witham vendrĂa a comprobar una vez más el hecho de que muchos cientĂficos tienen ya prejuicios acerca de algunas verdades que enseña la fe tales como la creaciĂłn, la vida despuĂ©s de la vida o la existencia de Dios, sobre las cuales la ciencia no tiene competencia.
Una muestra de la existencia de este tipo de prejuicios es un episodio producido en Australia y que raya con lo tragicĂłmico. Recientemente un geĂłlogo australiano demandĂł judicialmente a una compañĂa que elabora y provee material educativo cuyos contenidos presentan la creaciĂłn como hecho histĂłrico. En efecto, la instituciĂłn Creation Science Foundation enfrentĂł un juicio porque un profesor de geologĂa de la Universidad de Melbourne, Ian Plimer, cree que hablar de la creaciĂłn como un hecho es simplemente "anticientĂfico". La fundaciĂłn cientĂfica demandada ha afirmado no tener ningĂşn problema en someter el tema al examen de una entidad cientĂfica "neutral" que demuestre la veracidad de sus afirmaciones en el plano meramente cientĂfico. El problema ahora será encontrar una instituciĂłn autĂ©nticamente neutral, ya que para muchos cientĂficos lo "neutral" es justamente la incredulidad, mientras que la fe es una "distorsiĂłn".
Vicio metodolĂłgico
CientĂficos cercanos a la Creation Science Foundation señalan que "la radicalidad del punto de partida ateo revela prejuicios que pueden distorsionar el propio trabajo cientĂfico" y destacan que "el informe de Larson y Witham es otro botĂłn de muestra de cĂłmo los cientĂficos suelen adoptar el ateĂsmo como una postura natural del quehacer cientĂfico, cuando en realidad es un vicio de mĂ©todo que ha llevado a desarrollar la ciencia en tĂ©rminos materialistas a lo largo de este siglo".
.El Informe
El informe elaborado por los historiadores Edward Larson de la Universidad de Georgia y Larry Witham del Instituto Discovery de Seattle, revelĂł que sĂłlo el 40 por ciento de los cientĂficos en Estados Unidos cree en un ser supremo y en la existencia de una vida despuĂ©s de la vida, mientras que la mayorĂa rechaza la sola posibilidad de la existencia de un ser trascendente. AsĂ, segĂşn el informe, el 45 por ciento de cientĂficos encuestados niega la existencia de Dios y se declara atea, mientras que un 15 por ciento de "indecisos" se declara agnĂłstico.
Siguiendo a Leuba
Las cifras, publicadas en la revista cientĂfica Nature, coincidieron sorprendentemente con unas presentadas por el investigador James Leuba, hace más de ocho dĂ©cadas, en 1916. Tal como lo hiciera Leuba a principios de siglo, los dos historiadores realizaron encuestas a 1.000 personas elegidas del American Men and Women of Science, que consigna una relaciĂłn general de los cientĂficos norteamericanos.
Las cifras
Los cientĂficos respondieron a preguntas acerca de si creĂan en la existencia de un Dios que responde a las plegarias, en la inmortalidad del hombre, o en la vida despuĂ©s de la muerte. Sorprendentemente los resultados coincidieron con los de Leuba: la mayorĂa de cientĂficos se proclama abiertamente ateo y niega las verdades fundamentales de la fe. En efecto, en ambas encuestas, cerca del 45 por ciento se declaran "ateo" y el 15 por ciento "agnĂłsticos".
La Ăşnica diferencia entre la investigaciĂłn de principios de siglo y la de Larson y Witham está en la distribuciĂłn de los creyentes en las diferentes disciplinas. AsĂ, mientras que en 1916 los más escĂ©pticos frente a la existencia de Dios fueron los biĂłlogos con un 69,5 por ciento; en el reporte de Larson y Witham, la mayorĂa atea se ubicĂł entre los fĂsicos y astrĂłnomos.
Prejuicios
De este modo, mientras que la gran mayorĂa de los norteamericanos se reconoce creyente, en el ambiente cientĂfico domina el escepticismo. AsĂ, el trabajo de Larson y Witham vendrĂa a comprobar una vez más el hecho de que muchos cientĂficos tienen ya prejuicios acerca de algunas verdades que enseña la fe tales como la creaciĂłn, la vida despuĂ©s de la vida o la existencia de Dios, sobre las cuales la ciencia no tiene competencia.
Una muestra de la existencia de este tipo de prejuicios es un episodio producido en Australia y que raya con lo tragicĂłmico. Recientemente un geĂłlogo australiano demandĂł judicialmente a una compañĂa que elabora y provee material educativo cuyos contenidos presentan la creaciĂłn como hecho histĂłrico. En efecto, la instituciĂłn Creation Science Foundation enfrentĂł un juicio porque un profesor de geologĂa de la Universidad de Melbourne, Ian Plimer, cree que hablar de la creaciĂłn como un hecho es simplemente "anticientĂfico". La fundaciĂłn cientĂfica demandada ha afirmado no tener ningĂşn problema en someter el tema al examen de una entidad cientĂfica "neutral" que demuestre la veracidad de sus afirmaciones en el plano meramente cientĂfico. El problema ahora será encontrar una instituciĂłn autĂ©nticamente neutral, ya que para muchos cientĂficos lo "neutral" es justamente la incredulidad, mientras que la fe es una "distorsiĂłn".
Vicio metodolĂłgico
CientĂficos cercanos a la Creation Science Foundation señalan que "la radicalidad del punto de partida ateo revela prejuicios que pueden distorsionar el propio trabajo cientĂfico" y destacan que "el informe de Larson y Witham es otro botĂłn de muestra de cĂłmo los cientĂficos suelen adoptar el ateĂsmo como una postura natural del quehacer cientĂfico, cuando en realidad es un vicio de mĂ©todo que ha llevado a desarrollar la ciencia en tĂ©rminos materialistas a lo largo de este siglo".
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La redenciĂłn objetiva en tanto obra de Cristo
El hombre caĂdo es incapaz de levantarse de nuevo sin ayuda, Dios en su misericordia enviĂł su Hijo para salvarlo. Que Jesucristo nos salvĂł en la cruz es una doctrina de San Pablo a menudo repetida, que “fuimos justificados por su sangre” y que “fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rom., v, 9-10). ¿QuĂ© da a la sangre de Cristo, a su muerte, a su cruz esta fuerza salvadora? Pablo no responde nunca a esta pregunta directamente, pero nos enseña el drama del Calvario bajo tres aspectos, que hay peligro en separa y que se comprenden mejor comparándolos entre sĂ: (a) por un lado la muerte de Cristo es un sacrificio, como los de la antigua ley, para expiar el pecado y para hacerse a Dios propicio. Cf. Sanday y Headlam, "Romans", 91-94, "La muerte de Cristo en tanto que sacrificio". "Es imposible en este pasaje (Rom., iii, 25) desembarazarse de la siguiente doble idea: (1) del sacrificio; (2) del sacrificio expiatorio . . . Independientemente de este pasaje, no es difĂcil probar que estas dos ideas de sacrificio y de propiciaciĂłn son la raĂz misma de la enseñanza, no sĂłlo de San Pablo, sino de todo el nuevo testamento en general. "El doble peligro de esta idea es primeramente el querer aplicar al sacrificio de Cristo todos los modos de acciĂłn, reales o supuestos, de los sacrificios imperfectos de la antigua ley y, por otro lado, el suponer que Dios se apiada por una especie de efecto mágico, en virtud de este sacrificio donde, por el contrario, fue Él quien tomĂł la iniciativa de la misericordia instituyendo el sacrificio del Calvario y dotándolo de un valor expiatorio”. (b) Por otro lado, la muerte de Cristo representa la redenciĂłn, el pago del rescate que da como resultado la liberaciĂłn del hombre de su servitud anterior (I Cor., vi, 20; vii, 23 [times egorasthete]; Gal., iii, 13; iv, 5 [ina tous hypo nomon exagorase]; Rom., iii, 24; I Cor., i, 30; Eph., i, 7, 14; Col., i, 14 [apolytrosis]; I Tim., ii, 6 [antilytron]; etc.) Esta idea, correcta en principio, puede ser inconvenientemente exagerada o aislada. Llevándola más allá del sentido con el que fue escrita, algunos padres avanzaron la extraña sugestiĂłn de que Cristo pagĂł al demonio, que nos tenĂa sujetos, el necesario rescate. Otro error es considerar la muerte de Cristo como un valor en sĂ mismo, independientemente del Cristo que la ofreciĂł a Dios por la remisiĂłn de nuestros pecados.
(c) TambiĂ©n a menudo, Cristo parece sufrir en nuestro lugar, como castigo por nuestros pecados. Parece sufrir una muerte fĂsica para salvarnos de la muerte moral del pecado y preservarnos de la muerte eterna. Esta idea de una substituciĂłn resultĂł talmente llamativa a los teĂłlogos luteranos, que admitieron una equivalencia cuantitativa entre el sufrimiento de Cristo y el castigo merecido por nuestras faltas. Llegaron incluso a mantener que JesĂşs sufriĂł el castigo de perder la visiĂłn divina y sufrir la maldiciĂłn del Padre. Todo esto no es más que extravagancias que no hicieron sino arrojar descrĂ©dito sobre la teorĂa de la substituciĂłn. Se ha dicho con acierto, que la transferencia del castigo de una persona a otra es una injusticia y una contradicciĂłn, dado que el castigo es inseparable de la falta y que un castigo inmerecido no es ya más un castigo. Por otro lado, San Pablo no dice nunca que Cristo muriĂł en nuestro lugar (anti), sino sĂłlo que muriĂł por nosotros (hyper) a causa de nuestros pecados.
En realidad, los tres puntos considerados más arriba no son sino tres aspectos de la redención que, lejos de excluirse los unos a los otros, se armonizan y se combinan, modificando si es necesario todos los otros aspectos del problema. En el texto siguiente, San Pablo reúne estos diferentes aspectos con algunos otros. Somos "justificados gratuitamente por su gracia por la redención en Cristo Jesús, a quien Dios puso como sacrificio de propiciación, mediante la fe en su sangre, para la manifestación de su justicia por la remisión de los pecados pasados, en la paciencia de Dios para manifestar su justicia en el tiempo presente; para probar que es justo y que justifica a todo el que cree en Cristo Jesús" (Rom., iii, 24-26). Se designan aquà las partes de Dios, de Cristo y del hombre: (1) Dios toma la iniciativa; Él ofrece a su Hijo; Él va a manifestar su justicia, pero le inclina a ello su misericordia. Es, pues, incorrecto o más o menos inadecuado decir que Dios estaba ofendido con la raza humana y que se apaciguó solamente a causa de la muerte de su Hijo. (2) Cristo es nuestra redención (apolytrosis), es el instrumento de la expiación y de la propiciación (ilasterion), y lo es a causa de su sacrificio (en to autou aimati), el cual no se parece en nada al sacrificio de animales irracionales; deriva su valor de Cristo, que lo ofreció por nosotros a su Padre en la obediencia y el amor (Fil., ii, 8; Gal., ii, 20). (3) el hombre no es un elemento meramente pasivo en el drama de la salvación; él debe entender la lección enseñada por Dios y apropiarse por la fe del fruto de la redención.
La redenciĂłn subjetiva
Habiendo ya muerto y resucitado Cristo, la redenciĂłn se ha completado en principio y por ley para toda la raza humana. Todo hombre puede hacerla suya de hecho por la fe y el bautismo, que, uniĂ©ndolo a Cristo, le hace partĂcipe de la vida divina. La fe, segĂşn San Pablo, se compone de varios elementos: sumisiĂłn del intelecto a la palabra de Dios; abandono del creyente a su salvador que promete asistencia; acto de obediencia por el que el hombre acepta la voluntad divina. Tal acto posee un valor moral puesto que “da gloria a Dios” (Rom., iv, 20) en la medida en la que reconoce su propia impotencia. Es por esta razĂłn por la que "Abraham creyĂł a Dios y le fue reputado por justicia" (Rom., iv, 3; Gal., iii, 6). Los hijos de Abraham, del mismo modo, "justificados por la fe sin el auxilio de la ley" (Rom., iii, 28; cf. Gal., ii, 16). Se sigue pues: (1) Que la justicia la otorga Dios en consideraciĂłn de la fe. (2) Que, sin embargo, la fe no es equivalente a la justicia dado que el hombre es justificado por la gracia (Rom., iv, 6). (3) Que la justicia otorgada gratuitamente al hombre deviene su propiedad y le es en adelante inherente. Antes los protestantes afirmaban que la justicia de Cristo nos es imputada aunque actualmente reconocen que el argumento va contra la escritura y carece de la garantĂa paulina; pero algunos, se atienen a basar la justificaciĂłn en un buen trabajo (ergon), niegan el valor moral de la fe y predican que la justificaciĂłn no es sino un juicio formal de Dios, que no altera absolutamente nada la justificaciĂłn del pecador. Tal teorĂa es insostenible; pues: (1) incluso admitiendo que “justificar” signifique “declarar justo”, es absurdo suponer que Dios declara justo a alguien que no lo es aĂşn o que no se vuelve justo por la declaraciĂłn misma. (2) La justificaciĂłn es inseparable de la santificaciĂłn, dado que esta Ăşltima es "la justificaciĂłn de la vida" (Rom., v, 18) y que cada "justo vive por la fe" (Rom., i, 17; Gal., iii, 11). (3) Por la fe y el bautismo muere el “hombre viejo”, lo que es imposible sin empezar a vivir como hombre nuevo que “de acuerdo con Dios es creado en la justicia y en la santidad” (Rom., vi, 3-5; Eph., iv, 24; I Cor., i, 30; vi, 11). Podemos, pues, establecer una distinciĂłn de definiciĂłn entre los conceptos de justificaciĂłn y santificaciĂłn, pro no podemos separar las dos cosas ni considerarlas como cosas separadas. RedenciĂłn objetiva y subjetiva... AquĂ les dejo una excelente pagina de noticias CatĂłlicas menos propensa a la pelea y más consciente de traer la paz a sur america: http://www.aciprensa.com/noticias.php Leanse Romanos 7 para que vean el cambio de paradigma que produce Dios en su religiĂłn cuando los fariseos se apoderan de ella.
El hombre caĂdo es incapaz de levantarse de nuevo sin ayuda, Dios en su misericordia enviĂł su Hijo para salvarlo. Que Jesucristo nos salvĂł en la cruz es una doctrina de San Pablo a menudo repetida, que “fuimos justificados por su sangre” y que “fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rom., v, 9-10). ¿QuĂ© da a la sangre de Cristo, a su muerte, a su cruz esta fuerza salvadora? Pablo no responde nunca a esta pregunta directamente, pero nos enseña el drama del Calvario bajo tres aspectos, que hay peligro en separa y que se comprenden mejor comparándolos entre sĂ: (a) por un lado la muerte de Cristo es un sacrificio, como los de la antigua ley, para expiar el pecado y para hacerse a Dios propicio. Cf. Sanday y Headlam, "Romans", 91-94, "La muerte de Cristo en tanto que sacrificio". "Es imposible en este pasaje (Rom., iii, 25) desembarazarse de la siguiente doble idea: (1) del sacrificio; (2) del sacrificio expiatorio . . . Independientemente de este pasaje, no es difĂcil probar que estas dos ideas de sacrificio y de propiciaciĂłn son la raĂz misma de la enseñanza, no sĂłlo de San Pablo, sino de todo el nuevo testamento en general. "El doble peligro de esta idea es primeramente el querer aplicar al sacrificio de Cristo todos los modos de acciĂłn, reales o supuestos, de los sacrificios imperfectos de la antigua ley y, por otro lado, el suponer que Dios se apiada por una especie de efecto mágico, en virtud de este sacrificio donde, por el contrario, fue Él quien tomĂł la iniciativa de la misericordia instituyendo el sacrificio del Calvario y dotándolo de un valor expiatorio”. (b) Por otro lado, la muerte de Cristo representa la redenciĂłn, el pago del rescate que da como resultado la liberaciĂłn del hombre de su servitud anterior (I Cor., vi, 20; vii, 23 [times egorasthete]; Gal., iii, 13; iv, 5 [ina tous hypo nomon exagorase]; Rom., iii, 24; I Cor., i, 30; Eph., i, 7, 14; Col., i, 14 [apolytrosis]; I Tim., ii, 6 [antilytron]; etc.) Esta idea, correcta en principio, puede ser inconvenientemente exagerada o aislada. Llevándola más allá del sentido con el que fue escrita, algunos padres avanzaron la extraña sugestiĂłn de que Cristo pagĂł al demonio, que nos tenĂa sujetos, el necesario rescate. Otro error es considerar la muerte de Cristo como un valor en sĂ mismo, independientemente del Cristo que la ofreciĂł a Dios por la remisiĂłn de nuestros pecados.
(c) TambiĂ©n a menudo, Cristo parece sufrir en nuestro lugar, como castigo por nuestros pecados. Parece sufrir una muerte fĂsica para salvarnos de la muerte moral del pecado y preservarnos de la muerte eterna. Esta idea de una substituciĂłn resultĂł talmente llamativa a los teĂłlogos luteranos, que admitieron una equivalencia cuantitativa entre el sufrimiento de Cristo y el castigo merecido por nuestras faltas. Llegaron incluso a mantener que JesĂşs sufriĂł el castigo de perder la visiĂłn divina y sufrir la maldiciĂłn del Padre. Todo esto no es más que extravagancias que no hicieron sino arrojar descrĂ©dito sobre la teorĂa de la substituciĂłn. Se ha dicho con acierto, que la transferencia del castigo de una persona a otra es una injusticia y una contradicciĂłn, dado que el castigo es inseparable de la falta y que un castigo inmerecido no es ya más un castigo. Por otro lado, San Pablo no dice nunca que Cristo muriĂł en nuestro lugar (anti), sino sĂłlo que muriĂł por nosotros (hyper) a causa de nuestros pecados.
En realidad, los tres puntos considerados más arriba no son sino tres aspectos de la redención que, lejos de excluirse los unos a los otros, se armonizan y se combinan, modificando si es necesario todos los otros aspectos del problema. En el texto siguiente, San Pablo reúne estos diferentes aspectos con algunos otros. Somos "justificados gratuitamente por su gracia por la redención en Cristo Jesús, a quien Dios puso como sacrificio de propiciación, mediante la fe en su sangre, para la manifestación de su justicia por la remisión de los pecados pasados, en la paciencia de Dios para manifestar su justicia en el tiempo presente; para probar que es justo y que justifica a todo el que cree en Cristo Jesús" (Rom., iii, 24-26). Se designan aquà las partes de Dios, de Cristo y del hombre: (1) Dios toma la iniciativa; Él ofrece a su Hijo; Él va a manifestar su justicia, pero le inclina a ello su misericordia. Es, pues, incorrecto o más o menos inadecuado decir que Dios estaba ofendido con la raza humana y que se apaciguó solamente a causa de la muerte de su Hijo. (2) Cristo es nuestra redención (apolytrosis), es el instrumento de la expiación y de la propiciación (ilasterion), y lo es a causa de su sacrificio (en to autou aimati), el cual no se parece en nada al sacrificio de animales irracionales; deriva su valor de Cristo, que lo ofreció por nosotros a su Padre en la obediencia y el amor (Fil., ii, 8; Gal., ii, 20). (3) el hombre no es un elemento meramente pasivo en el drama de la salvación; él debe entender la lección enseñada por Dios y apropiarse por la fe del fruto de la redención.
La redenciĂłn subjetiva
Habiendo ya muerto y resucitado Cristo, la redenciĂłn se ha completado en principio y por ley para toda la raza humana. Todo hombre puede hacerla suya de hecho por la fe y el bautismo, que, uniĂ©ndolo a Cristo, le hace partĂcipe de la vida divina. La fe, segĂşn San Pablo, se compone de varios elementos: sumisiĂłn del intelecto a la palabra de Dios; abandono del creyente a su salvador que promete asistencia; acto de obediencia por el que el hombre acepta la voluntad divina. Tal acto posee un valor moral puesto que “da gloria a Dios” (Rom., iv, 20) en la medida en la que reconoce su propia impotencia. Es por esta razĂłn por la que "Abraham creyĂł a Dios y le fue reputado por justicia" (Rom., iv, 3; Gal., iii, 6). Los hijos de Abraham, del mismo modo, "justificados por la fe sin el auxilio de la ley" (Rom., iii, 28; cf. Gal., ii, 16). Se sigue pues: (1) Que la justicia la otorga Dios en consideraciĂłn de la fe. (2) Que, sin embargo, la fe no es equivalente a la justicia dado que el hombre es justificado por la gracia (Rom., iv, 6). (3) Que la justicia otorgada gratuitamente al hombre deviene su propiedad y le es en adelante inherente. Antes los protestantes afirmaban que la justicia de Cristo nos es imputada aunque actualmente reconocen que el argumento va contra la escritura y carece de la garantĂa paulina; pero algunos, se atienen a basar la justificaciĂłn en un buen trabajo (ergon), niegan el valor moral de la fe y predican que la justificaciĂłn no es sino un juicio formal de Dios, que no altera absolutamente nada la justificaciĂłn del pecador. Tal teorĂa es insostenible; pues: (1) incluso admitiendo que “justificar” signifique “declarar justo”, es absurdo suponer que Dios declara justo a alguien que no lo es aĂşn o que no se vuelve justo por la declaraciĂłn misma. (2) La justificaciĂłn es inseparable de la santificaciĂłn, dado que esta Ăşltima es "la justificaciĂłn de la vida" (Rom., v, 18) y que cada "justo vive por la fe" (Rom., i, 17; Gal., iii, 11). (3) Por la fe y el bautismo muere el “hombre viejo”, lo que es imposible sin empezar a vivir como hombre nuevo que “de acuerdo con Dios es creado en la justicia y en la santidad” (Rom., vi, 3-5; Eph., iv, 24; I Cor., i, 30; vi, 11). Podemos, pues, establecer una distinciĂłn de definiciĂłn entre los conceptos de justificaciĂłn y santificaciĂłn, pro no podemos separar las dos cosas ni considerarlas como cosas separadas. RedenciĂłn objetiva y subjetiva... AquĂ les dejo una excelente pagina de noticias CatĂłlicas menos propensa a la pelea y más consciente de traer la paz a sur america: http://www.aciprensa.com/noticias.php Leanse Romanos 7 para que vean el cambio de paradigma que produce Dios en su religiĂłn cuando los fariseos se apoderan de ella.